viernes, 9 de diciembre de 2011

Y en mi búsqueda por el tiempo escrito, o por tiempo para escribir mi tiempo, o por hojas o lapiceras, caí en la trampa.
Mundanamente hablando: le mandé un 2do mensaje en dos días sin que responda ninguno de los dos.
Pero, en realidad, volví a ceder, a mostrarle mi mente, a ser transparente.

Ese alguien no vino pero sí aquel otro. Aquel otro, aquel otro, aquel otro. El que me busca para probar suerte, incluso (o tal vez) para aprender cosas, o para desquitarse sin amor. Y eso hice, lo usé igual que él a mí y no me sentí mal. No me siento mal, un poco asqueada tal vez, lo quiero, lo quiero, lo extraño, lo quiero. Al otro.
A él, a Tomás. Tomás, Tom, Tomi, Tomás. M.
Sus iniciales, su nombre, su no nombre, su nuevo apodo, mi karma, mi mochila, su persona, su mente, su mal. Es tan fuerte para él como lo es para mí.
Pero pensando en cosas, o no cosas, ¿por qué soy un secreto, por qué soy su última galletita?.
Necesito conocerlo, me encantaría que fuera un cuarto de transparente de lo que soy yo, que se interesa por mis cosas no sólo para verme llorar porque piensa que las lágrimas me quedan lindas y que vuelva a la potencia y al deseo que tenía cuando no estaba asiduamente con otra persona.
Y yo. Tonta. Cada vez que miro más allá me choco y quiero volver a él, volver a esos brazos que no siempre me esperan abiertos y a esos pies en una cama que no siempre se entrelazan con los míos para dormir. Volver a espalda que a veces me sonríe en un colchón y a ese bulo con ventanas gigantes y ese efecto que tiene sobre mí. Que el día sea eterno. Siempre hay un momento en el que quiero perpetuarme, en ese minuto, en su vida, en ese minuto suyo. Ese momento: antes de que suene la alarma, cuando mi mente desesperada me despierta para avisarme que se acaba mi tregua y que a partir de ahí otra semana (o más) me va a separar de un segundo de seguridad y un minuto de miedo (que olvido por el segundo); ese pre-alarma en el que lo miro disimuladamente y me apena que no me abrace, que no le interese o que no quiera (me atrevo a decir que en su comodidad el cariño lo incomoda), momento en el que tengo la certeza de que se va a despertar queriendo que le haga algún mimo y que ignore mi demencia.
Y ese momento, esos minutos, son bárbaros, la luz que entra, el color rojo de las paredes que energiza, una casa llena de música, un alma dormida al lado que hace que la mía se acobarde. Un alma fuerte, una mente que siempre me sorprende, Dormida. Dormida ella, en ese momento, dormida yo, que la espero. Dormida yo que lo intento y le permito a mi alma que se acobarde y se disimule.
Pero durante ese ratito, antes de que suene el despertador y nos calcemos la cotidianidad, estoy tranquila, esperanzada, contenta. Y quiero otro rato de esos en vez de un "ando ganas" sin respuesta y una juventud que espera ser descubierta mientras envejece.

1 comentario:

  1. No sé, últimamente te leo y me dan ganas de cachetearte. Eso, si, lo que lees, meterte una buena cachetada, con la palma extendida, los dedos abiertos y que suene, que se escuche.
    Un saludito!!

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