miércoles, 15 de agosto de 2012

MI Peste de humedad


Llueve. El mundo se paralizó cuando cayó la primer-a gota, un poco de agua. En realidad cuando el Sol dejó de verse, porque las nubes lo cercaron, mis sentidos se inquietaron. Dejé de escuchar mi risa, el chocolate se volvió demasiado dulce y mis párpados me empezaron a pesar. El mundo se paraliza cuando llueve. Mi mundo se frena, la comida me tapa, las costumbres me horrorizan, la lectura me adormece, todos los males se agrandan para mí cuando llueve. Truena y estoy sola, truena, me da miedo y no hay nadie que me abrace acá. Al menos no de carne y hueso; la brecha entre mi soledad real y mi sensación de soledad se agranda: mientras más sola estoy, menos sola me siento... cantidad de párrafos, cantidad de letras, nadie que lee se duerme solo. Pero algunas veces por mes me gustaría que mis cuatro paredes no me contuvieran solo a mi y hoy es una de ellas. Y converso, mientras tanto, con esa gente que formó parte activa de mi vida en algún momento, intando pasar la hora (ahora & antes) y me pregunto qué juego linguistico se encierra en las palabras para designar las cosas; qué palabras construyen murallas y cuáles las derrumban. Pienso sobre la eternidad de esas palabras. Esas palabras me caen como las gotas ahora, como tortura china. Me golpean, tengo el pelo mojado, los ojos irritados de tanta lluvia y la sonrisa un poco ahogada; mi mente atolondrada una vez más. Pero me gusta. Es el andar: la incomprensión es tan maravillosa como la comprensión. A veces prefiero un poco de misterio y otras quiero entregarme a la ilusión. Hoy, pasada por agua, estoy temerosa en el misterio deseando que todo pase rápido para ver un mañana que no estoy formando. Mientras tanto, estoy viendo qué palabras me provoca decir el agua cayendo y un departamento interno.

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